Para algunos escribir es como la lluvia, a veces hay épocas de lluvias torrenciales, otras de sequías
triste y en una que otra ocasión debes hacer danzas extrañas para obtener un
par de gotas. Para otros la escritura y le bebida van de la mano; una
buena mezcla etílica despierta a su adormecida imaginación y la sobriedad
los desespera y los hunde en la zozobra.
Escribir es un oficio sencillo comparado con los oficios más
duros de nuestra sociedad; no es tan difícil escribir comparado con destapar el
drenaje de la ciudad; es más fácil escribir que operar a corazón abierto;
escribir es un pasatiempo muy cómodo comparado con volar un avión y aterrizarlo entero.
Sin embargo, para muchos, el oficio de escribir parece una
tarea titánica que requiere de una magia especial o de un trance al que pocos
pueden acceder, pero, esto no es tal pues es más algo de constancia que de
magia, eso no quiere decir que no la
haya.
Hay un viejo adagio que dicta “la practica hace al maestro” y justo esto lo que tienen que hacer los
aspirantes a “grandes escritores” , uno debe escribir y escribir y escribir;
soñar que escribe, pensar en escribir mientras te bañas, escribir en la
servilleta del desayuno, de la comida o
de la cena. Uno debe obsesionarse con la escritura, pero, también debe hacerlo
con la lectura; Esta comprobado que muchos animales aprenden ciertos hábitos por
imitación, y leer un buen libro, uno que
nos inspire, nos pone en el camino de la escritura, en el afán de querer imitar
eso que nos despertó el amor por las letras.
En estos últimos años la figura del escritor se ha convertido
algo que muchos quieren lograr, en algo imitable, por esa razón hay una horda
de individuos que se adentran en la bruma del oficio de las letras pensando que sus primeras composiciones serán
un “Best seller”; pensando que vendaran millones y saltaran a la fama; que se harán
películas de sus personajes; soñando con las entrevistas, con que le pregunten,
¿en que se inspiró usted para su novela?; ignoran, o no quieren ver, los largos
días de sequía, los inevitables rechazos al querer publicar su obra, las “horas
nalga” tecleando palabras, las lágrimas de desesperación cuando la cosa no
avanza, pero sobretodo se olvidan de la soledad, la labor de un escritor se
hace en soledad; la única compañía que tienes son tus demonios internos, esos
que tratas de exorcizar a través de esos personajes que creas.
Al principio escribes un par de palabras al mes; más tarde
te das cuenta que de esa manera no llegaras a ningún lado y escribes un par de páginas
a la semana; cuando te das cuenta de que esto sigue sin ser suficiente escribes
500 palabras diarias y después cuando creas que puedes mejorar llegas a las 1000; al final cuando la ansiedad por crear algún
legado supera la cordura, escribirás muchas horas sin parar; lo harás por días enteros, hasta que todos se pregunten dónde te
has ido.
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